viernes, 28 de agosto de 2015

Mañana tendríamos que cumplir 39 años juntos.



Y hoy, a casi cuatro años, la presencia mas constante en mi vida es tu dolorosa y permanente ausencia.

LAS FECHAS, SIEMPRE LAS FECHAS.
A casi cuatro años de tu partida y no hay día en el que no te recuerde. Y no hay día en el que no sienta la mas profunda de todas las nostalgias y en el que no añore con toda mi alma tu presencia. Daría mi alma al diablo, me dicho y  he dicho, por volverte a ver, por volver a meter mis dedos entre tu pelo. Puedo imaginar el reencuentro en un eterno abrazo del que jamás me desprenderìa, Dejar todo atrás por permanecer junto a ti, sintiendo tu cuerpo, tu cariño tu ternura, tu amor. 
A casi tres años de tu partida y justo en el día de nuestro aniversario de bodas,  28 de agosto de 1976, pongo en este blog este poema de Margarita Villaseñor, que me conmueve hasta lo mas profundo sin duda porque  es el que a mi me hubiera gustado  poder escribir por tu ausencia, por mi inconmensurable dolor permanente, por mi  soledad de ti, por la soledad de mi casa que era nuestro espacio, por la soledad de mi abuelés,  por mi mutilación vital, por la pérdida de mi interlocutor de 42 años, de mi contenedor, de mi guía y soporte vital , de mi risa contigo, de mi goce contigo, de saberte ahí, de saber que llegarías, de saber que me contarías, de saber que te contaría, de saber que te abrazaría.
Alguien me dijo un día cuando yo intentaba explicar y explicarme la extraña sensación de neutralidad emocional que me acompañó durante tus últimos días de vida, que esa sensación no era sino una respuesta del alma que se rehusaba a percibir las dimensiones de la amenaza que sobre ella se cernía. He comprobado que es absolutamente cierto. Y cuando volteo a mi dolor me viene a la cabeza el tuyo que debió haber sido infinitamente superior al mío cuando te percatabas de que todo se te iba con tu vida antes tan gozosa, u  que poco a poco se fue apagando en medio del sufrimiento de tu cuerpo que de tan lacerado que nos llevó a desear su descanso.

Este poema escrito por la tan entrañable Margarita Villaseñor cuyo esposo falleció repentinamente, expresa todo lo que yo siento por tu partida y por eso lo reproduzco. 

La morada desierta
Un solo nombre: el tuyo. Lo llevo encendido en la piel.
Lo escribo en la palma de mi mano,
lo pongo entre mis dedos, en el laberinto del oído,
lo cubro de hoja de oro en el retablo de mi altar barroco.
Puedo llamarte fuego cuando miro el crepúsculo.
Puedo llamarte luz cuando veo las estrellas
y tierra en el sepulcro que funde la tierra con la tierra.
Puedo llamarte ausencia en el recinto de esta casa
y soledad cuando miro adentro de mí misma,
y muerte, cuando descubro que estás muerto.
Y puedo confundir tu nombre con el mío,
y llamarte, montaña, ave, o río,
porque yo fui yedra y parra y musgo
asida al tronco y adherida al muro.
Puedo dar la vuelta al mundo y entretejer los años,
y llamarte llaga, herida, verso.
Puedo beber la savia de tu vida en el vaso labrado del recuerdo,
puedo comer la rosa más oscura
y romper el estruendo de los ecos.
Hay que gritar tu nombre. El nombre del arcángel con el pez y el anzuelo.
Eres mi patrimonio, mi comida, mi patria. Mi nave en tempestad,
mi cerradura abierta.
Eres mis párpados, mis sueños placenteros,
diástole y sístole de un corazón sin rueca.
Eres yo misma, en la morada que recorren mis pies y mis alas.
Somos tú y yo desalojados, desahuciados en nuestro paraíso
apenas probada la pulpa de manzana,
arrojados con herida fulgente de esta casa en ruinas, ya desierta.